🌌 Camino Abierto
Recuerdo bien esos días en los que mi mente era un torbellino. Intentaba sentarme a meditar, pero parecía que dentro de mí había un enemigo invisible: el predador, esa voz extranjera que no soy yo, que con astucia me distraía con pensamientos del pasado, con defectos de carácter, con problemas que parecían urgentes pero que en realidad eran cadenas.
Mi tarea era sencilla en apariencia: repetir “Yo Soy”. Dos palabras que, aunque simples, se convertían en una montaña inmensa. Me distraía. Me iba. Perdía el hilo. Y sin darme cuenta estaba atrapado en otra idea. Pero cada vez que despertaba, volvía al Yo Soy. Una y otra vez. Respiración tras respiración. Como quien regresa a casa después de perderse en un bosque.
Al principio fue frustrante. La ansiedad me gritaba que parara, que no tenía sentido. Pero algo dentro de mí —esa chispa divina que no se apaga— insistía en que debía continuar. Y así fue: ir y regresar. Perderme y volver. Una disciplina que no se mide en minutos, sino en la cantidad de veces que logras recordar quién eres.
Con el tiempo entendí que esa repetición no era mecánica, era una forja. Cada “Yo Soy” era un golpe al hierro de mi mente, moldeándola para sostener la presencia. Y tras meses de práctica, algo empezó a cambiar.
🔮 La práctica que me abrió el camino
Antes de alcanzar lo que llamo el vacío del Prana, tuve que entrenar mi atención en el arte de sentir el cuerpo. Comencé con lo más sencillo: cerrar los ojos y sentir mi mano. No sólo su superficie, sino la piel, el calor, la presión. Después, fui más profundo: el hueso, el músculo, los nervios. Al inicio era pura imaginación, pero poco a poco esa imaginación se volvió sensación real.
Recuerdo concentrarme en un solo dedo, explorando sus capas como si fuera un mapa secreto. La práctica consistía en viajar hacia adentro. Primero la piel. Luego el hueso. Después, la vibración invisible que lo sostiene. Y así, capa tras capa, hasta sentir algo más sutil: energía.
Esto no fue un día ni dos. Fue un proceso de meses. Cada noche, con disciplina, regresaba a mi mano, a mi respiración, al Yo Soy. Y sin darme cuenta, estaba entrenando mi mente para sostener lo invisible.
✨ El umbral del Prana
El día que crucé ese umbral no hubo fuegos artificiales, sino silencio. De pronto, todo lo que antes era ruido se desvaneció. La mente quedó blanca, como una hoja sin tinta. El cuerpo desapareció: no sentía piel, ni huesos, ni siquiera respiración. Sólo había una presencia sagrada, sin miedo y sin límites.
Era como convertirme en un espíritu libre: nada me faltaba, nada me sobraba. Aquí y ahora eran suficientes. La paz no se parecía a ninguna emoción humana; era algo más grande, como si me abrazaran rayos de luz invisibles.
En ese instante entendí por qué los Maestros Ascendidos, como Jesús y Saint Germain, insisten tanto en el poder del Yo Soy. Porque es la llave. La vibración que conecta con lo eterno.
🧘🏻♂ Ejercicio guiado para ti
Quiero que lo pruebes tú también. Empieza así:
- Siéntate en calma. Respira profundo tres veces.
- Elige tu mano derecha. Cierra los ojos y concéntrate en sentirla. Primero la piel: temperatura, textura.
- Luego imagina el hueso. Avanza hacia el músculo.
- Y finalmente, percibe una vibración sutil dentro.
Cuando la mente se distraiga (y lo hará), vuelve al Yo Soy. Sin juicio, sin enojo. Sólo regresa. Hazlo por 10 minutos diarios. Cada día será más fácil entrar.
“El uso constante del Yo Soy, recordando quién eres, es el puente hacia la liberación.” — Saint Germain
“El Reino de Dios está dentro de ti.” — Jesús
🌠 Profundizando en el Camino
Lo que descubrí es que el “Yo Soy” no es sólo una frase, sino una frecuencia. Cada vez que la repites, tu campo energético empieza a vibrar distinto. Es como si afinaras un instrumento interior que llevaba años desafinado.
🔑 Tres claves que me ayudaron a fortalecer la práctica:
- La respiración como ancla: Cada inhalación era un recordatorio de que estoy vivo; cada exhalación, una entrega de todo lo que me pesa. Respirar consciente no es sólo llenar los pulmones, es permitir que la energía se renueve en cada ciclo.
- El cuerpo como templo: Explorar la mano fue el inicio, pero después descubrí que podía recorrer todo mi cuerpo: los pies, el pecho, la cabeza. Cada zona era un universo escondido esperando atención. El cuerpo se convierte en mapa, y la atención en la brújula.
- El silencio como aliado: Al inicio, el silencio era incómodo. Parecía vacío, aburrido. Pero con práctica entendí que el silencio no está vacío: está lleno de la Presencia. Es el espacio donde se escucha la voz real, la del alma.
✨ El salto hacia el Prana profundo
Con el tiempo, lo que parecía un simple ejercicio de sentir, se convirtió en un viaje. Primero vibración en la piel, luego una corriente más sutil, como electricidad suave corriendo por dentro. Y después, algo mayor: la sensación de estar conectado a una red invisible que une todo. Eso es el Prana: la vida misma moviéndose a través de ti.
📿 Un ejercicio avanzado
Cuando logres sentir energía en tu mano, intenta llevarla al corazón. Imagina que desde tu palma sube una corriente luminosa hasta el centro de tu pecho. Respira ahí, sosteniendo el Yo Soy. Poco a poco, esa sensación se expande y el cuerpo entero parece un campo de luz.
🌌 Recordatorio final
No busques resultados inmediatos. Este camino es como sembrar: riegas cada día con atención, paciencia y amor, y un día, sin darte cuenta, la semilla florece.
Pingback: Conocimiento Abierto y Oculto - Agencia de Marketing Digital